EL DRAMA DEL PUEBLO

La cinematografía está haciendo para el drama lo que la imprenta hizo para la literatura: llevar otra forma de arte a la vida cotidiana de la gente. Las obras escénicas se hallan ahora, literalmente, al alcance de los más pobres, lo mismo que los buenos libros y las buenas pinturas. El secreto de la baratura en el arte, como en otras cosas, es la multiplicación mecánica. Mientras una obra teatral requirió para cada presentación la cooperación activa de un número considerable de personas más o menos talentosas, nunca pudo ser barata, y en sus formas más destacadas solamente fue accesible a una parte relativamente pequeña de la población. Pero una vez llevado a una película de celuloide, un espectáculo puede ser reproducido indefinidamente, el bueno tan barato como el de poco mérito, y la superioridad ya no se ve en desventaja. El mismo efecto se observa en el campo de la literatura. Entre los libros de dólar y medio que se publican todos los años hay una gran proporción de hojarasca o algo peor, pero en los volúmenes que se venden a cincuenta centavos o menos, se encuentra a veces la mejor literatura del mundo.

Las representaciones cinematográficas son en general superiores, tanto desde el punto de vista artístico como moral, al vaudeville y al melodrama, a los que han eliminado. Es un error suponer que su asombrosa popularidad es debida solamente a su bajo precio de admisión. Por el contrario, el cine tiene ciertas ventajas, no solamente sobre los espectáculos baratos con los cuales al principio rivalizó, sino también sobre cualquier otra forma anterior de arte dramático. La más destacada de esas ventajas es la espaciosidad, la distancia. El tablado, en el mejor de los casos, no es más que una plataforma estrecha. Los personajes tienen que escabullirse por los bastidores o salir por una puerta del fondo. Tienen sus entradas y salidas, pero ambas son necesariamente repentinas, más «dramáticas» que en la vida real.

Pero el cine tiene una tercera dimensión. Los personajes se acercan y alejan gradualmente. El tren se precipita hacia el espectador; el jinete se aleja por los bosques o a través de una llanura hasta desaparecer en la distancia. La escena de acción es toda al aire libre. Regocijándose en esta liberación de las limitaciones del viejo drama, las obras cinematográficas al principio fueron en su mayor parte tumultuosas. Daban al espectador algo a cambio de lo que había pagado: una caza de carácter trágico o cómico.

La abolición del telón de fondo pintado da al drama una sensación de realidad, una solidez como nunca tuvo antes. Las montañas y las nubes no muestran ahora trozos de lienzo gastados. Las olas, al romperse, no levantan nubes de polvo. Las rocas y los árboles no tiemblan al ser tocados por los actores. La luz del sol no es igual a la que procedía del calcio o del carbón, y el viento que agita los cabellos y vestidos no es el de un ventilador eléctrico.

En las representaciones al aire libre de las compañías de verano, un rincón de la pradera debe servir de escenario, ayudado por unos pocos arbustos en macetas y por árboles con ramas artificiales. El director moderno limita a los dramaturgos a tres o cuatro cambios de decoración, a causa del costo y el tiempo requerido para montar la obra. Pero para el cine no existen esas restricciones. Puede haber tantas escenas como en un drama isabelino, porque la puesta en escena puede ser cambiada en un abrir y cerrar de ojos, o puede ser cambiada gradualmente para seguir a los actores sin ningún tropiezo o ruido. El decorado móvil de «Parsifal», de Wágner, y el telón giratorio de las obras de carrera de caballos que despertaron la admiración

de nuestros padres, nos parecen absurdamente primitivos y torpes. El escenario dividido, con su tabique cortado dando hacia el espectador, puede también ser enviado al cuarto de los trastos viejos. El cine tiene el poder, alternando las escenas, de mostrarnos lo que está sucediendo simultáneamente en dos lugares diferentes, como por ejemplo dentro y fuera de una casa, o en dos habitaciones contiguas. Puede variar a voluntad la distancia del escenario, dándonos una vista más cercana en los momentos críticos. Cuando queremos ver con más claridad las emociones que expresan los rasgos de la heroína o qué hay dentro del relicario que saca de su pecho, no necesitamos recurrir a nuestros gemelos de teatro. El artista ha previsto nuestro deseo y de pronto el detalle es ampliado para nosotros hasta llenar la pantalla.

En el escenario corriente no hay forma de mostrar lo que se está escribiendo o leyendo, por esencial que eso sea para la trama. El actor tiene que leer en alta voz su carta mientras la escribe, como si no estuviera seguro de su gramática. Este recurso ya no es necesario. La nota acusadora, el testamento perdido hace tiempo, la tarjeta de visita, el retrato y la noticia periodística nos son mostrados directamente y no tenemos que oírlas de segunda mano. Vemos instantáneamente lo que ve el héroe cuando aplica el catalejo a su ojo y lo que está mirando la mucama por el ojo de la cerradura. Fantasmagorías, visiones y escenas de transformación son realizadas de una manera realmente mágica, sin la ayuda de los viejos recursos de la escena: la cortina de vapor, la trampa y el deus ex machina, volar es tan sencillo como caminar. Las proezas acrobáticas son ilimitadas. Todos los milagros son posibles, incluso el más maravilloso de todos los milagros: la inversión del curso de la vida.

El teatro cinematográfico es internacional. No tenemos, como antes, traducciones, adaptaciones e interpretaciones erróneas. Tenemos la obra real, exactamente como fue presentada en París, Londres o Berlín. Las aldeas de las Montañas Rocosas o de los Cárpatos ven las mismas escenas el mismo día. Sin embargo, a pesar de la multiplicidad y las cadenas de distribución, algunas diferencias de gustos nacionales pueden ser observadas por el que visita las salas populares de diversos países europeos. Los norteamericanos parecen preferir los incidentes cómicos que corresponden al cuento breve; los alemanes, la novela sentimental; los ingleses, el melodrama; los franceses, la intriga apasionada; los italianos, las historias clásicas. Pero en cualquier lugar uno puede tener con frecuencia la oportunidad de comparar el modo de interpretar de varias nacionalidades distintas.

Los estrenos ya no son el privilegio de unos pocos favorecidos. Cada representación cinematográfica es una presentación original y única. Los actores no tienen tiempo de cansarse y mecanizarse.

La copia de un cuadro, aunque sea realizada por el mismo artista, no tiene tanto valor como el original. La tricentésima copia sería considerada ridícula. Sin embargo, nuestro drama consistió hasta ahora en esas repeticiones. Los actores cinematográficos, una vez representado satisfactoriamente su drama, quedan en libertad y pueden ocuparse en preparar otro.

Su trabajo tiene ahora la permanencia de un cuadro o de una estatua. El arte dramático puede tener un argumento real y realizar verdaderos progresos, ahora que pueden hacerse comparaciones directas con el pasado. El gran actor seguirá siendo famoso, pero la constante adulación personal no le hará perder la cabeza. No es la menor de las ventajas que los muertos no puedan levantarse para recibir el aplauso que sigue a la escena de su muerte.

Esperamos ver alguna vez el drama cinematográfico estereoscópico en color y hablado, que valdrá la pena de ver. Será una nueva forma de arte que no desmerecerá el estar junto a las artes más antiguas.

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