EL NACIMIENTO DE UN NUEVO ARTE

Es interesante vivir en una época en la que podemos contemplar el nacimiento de un nuevo arte. Igual fue el último cuarto del siglo xv, cuando se estaba desarrollando el arte de imprimir libros. Tal es el primer cuarto del siglo xx, en que está desarrollándose el arte de pintar el movimiento. En realidad, la cinematografía tiene más derecho al título de «un nuevo arte» que la imprenta, a la que se le aplicó hace tanto tiempo. La imprenta no fue tanto un nuevo arte como una extensión mecánica de un arte antiguo, una de las más antiguas y más desarrolladas de las bellas artes: la caligrafía. Los primeros libros impresos no fueron más que imitaciones baratas e inferiores de los hermosos volúmenes manuscritos de la época. Aún hoy, con 450 años de progreso, el libro moderno no supera al antiguo manuscrito más bien en baratura y conveniencia que en belleza.

Ahora, el cine es para el drama lo que la imprenta fue para la literatura, es decir, que lo coloca al alcance de la multitud por medio de un proceso de multiplicación mecánica. Pero hace algo mucho más importante que eso: hace posible por primera vez la reproducción ilimitada de acontecimientos reales. Este mundo nuestro es un mundo en movimiento, y ningún arte estático puede representarlo adecuadamente. No existe nada inmóvil en todo el universo. En todas partes y en todo momento existe el movimiento y sólo movimiento, y cualquier representación de la realidad en reposo es una farsa evidente. Cuanto más realista es la pintura o la escultura, más evidente es su falsedad. El Discóbolo de Mirón o Friedland de Meissonier son tan antinaturales y ficticios como un centauro o un hipogrifo. El cuadro más hermoso que jamás haya sido llevado al lienzo, la estatua más maravillosa que haya sido tallada jamás, es una caricatura ridícula de la vida real si se compara con la sombra vacilante de una película gastada en una sala barata de una aldea perdida. Ahora tenemos por primera vez la posibilidad de representar, por cruda que sea, la esencia de la realidad, es decir, el movimiento.

Bergson nos ha mostrado la influencia paralizadora que las concepciones estáticas de la realidad han ejercido sobre la historia de la filosofía, y lo fútiles que han sido todas las tentativas de representar el movimiento con el reposo. El hombre de ciencia de hoy piensa en términos de movimiento. Todo el pensamiento moderno está asumiendo formas dinámicas y estamos empezando a ver lo absurdo de las viejas ideas sobre la inmutabilidad e inmovilidad. Es inminente una revolución similar en el arte. Por lo menos, vislumbramos la posibilidad de una nueva forma de arte pictórico que, si es capaz de desarrollarse como parece, hará que nuestros cuadros actuales parezcan tan grotescos como los relieves esculpidos en las tumbas egipcias o los garabatos de las Cueva de Altamira. ¿Qué pensará nuestra posteridad, familiarizada con la fotografía animada, de nuestra admiración por la sonrisa de Mona Lisa, congelada en sus labios durante cuatro siglos? Una sonrisa es esencialmente una cosa fugaz, una expresión que se desvanece. Una sonrisa fija no es en absoluto una sonrisa sino una mueca. Solamente con el esfuerzo de imaginación más violento podemos ignorar suficientemente la artificialidad y limitaciones inherentes en los cuadros para obtener de ellos la ilusión de la realidad.

Pero no necesitamos hacer conjeturas sobre el futuro de la cinematografía. Su progreso actual es suficiente para tomarla en consideración. Su adelanto ha sido mucho más rápido que el de la imprenta. Ha llegado a más gente en los primeros veinte años de su vida que a la imprenta en los doscientos que siguieron a su descubrimiento. En realidad, ha superado ya al arte más antiguo en algunos aspectos. Probablemente hay más gente en este momento viendo películas que leyendo libros, si exceptuamos a los estudiantes y otros que leen libros por obligación.

Pero existe esta diferencia importante: el que desea leer los mejores libros puede fácilmente averiguar cuáles son, leyendo las críticas en periódicos serios; pero el que desea ver, o conseguir para exhibirlas, las mejores películas, no cuenta con una guía así. Las películas que son producidas a centenares todos los meses son del mismo carácter general que los cuentos breves y novelas de las revistas populares y baratas, en su mayor parte, inofensivos pero también, en su mayor parte, desprovistos de distinción y de valor literario o dramático. El cine, es en general, la forma más decente de diversión popular que conocemos, Su rasgo más censurable no son las películas sino los trucos de vaudeville interpolados entre ellas. La censura ha eliminado prácticamente la indecencia y ha reducido la vulgaridad y el vicio a su mínima expresión. Ir más allá en la dirección de las restricciones y prohibiciones sería imponer al nuevo arte limitaciones que han sido halladas poco discretas con respecto a las artes más antiguas de la literatura, el drama y la pintura.

Lo que se necesita ahora es trabajar en el otro extremo, es decir, la selección de lo mejor en lugar de nuevas supresiones de lo peor. Debe ser posible en alguna forma escoger lo que vale la pena de la masa de basura en que está sepultado. Y la forma de hacerlo es indudablemente la misma que se halló más eficaz en el caso de los libros, cuadros y obras de teatro, o sea la crítica independiente y consciente desde el punto de vista del público.

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