Harry Alan Polamkin plantea en su estudio que el cine está evolucionando hacia una nueva era, caracterizada por un movimiento intensivo y una profunda reflexión. Esta transición, que deja atrás la época del cine físico y de impacto directo, se centra en la organización del movimiento dentro de la imagen. Los franceses han delineado esta evolución con los términos «movimiento exterior» y «movimiento interior», que abarcan desde la acción visible hasta la estructura rítmica de la narrativa cinematográfica.
El movimiento exterior, según René Clair, incluye la interpretación de los actores y la movilidad de los decorados. Por otro lado, el movimiento interior se refiere a la alternación de escenas y motivos, así como a la duración de cada imagen. Esta última es cada vez más importante para los cineastas, excepto en el cine norteamericano, donde la rapidez y la acción siguen predominando. Sin embargo, la duración es esencial para crear un cine filosófico y psíquico, que se diferencia del cine físico y emocional del pasado.
El director soviético S. M. Eisenstein observa que hemos llegado al final de la primera época del cine, caracterizada por su enfoque en el impacto físico. Películas como «El acorazado Potemkin» representan la culminación de esta era. La siguiente fase, ya insinuada en filmes como «Arsenal» de Pudovkin y «La pasión y muerte de Juana de Arco» de Dreyer, se centrará en el simbolismo y la intensidad. El simbolismo, a diferencia del símbolo sentimental, es estructural e inclusivo, y debe ser construido con materiales concretos y humanos.
El cine sueco de la época de oro, con su intensidad de tratamiento y experiencia, puede ser visto como precursor del cine ruso reflexivo. Películas como «La carretera fantasma» y «El maldito» de Molander comparten una afinidad emocional y cultural con el cine ruso, influenciado por Dostoiewski. Esta tradición de cine reflexivo y simbólico continuará desarrollándose en el futuro, con un enfoque en la duración y la contemplación de la imagen.
La importancia de la duración en el cine del futuro no puede ser subestimada. La duración permite una penetración y contemplación de la imagen, creando una experiencia estética más profunda. Jean Epstein, un pionero en este enfoque, ha demostrado cómo el uso de la luz y el tratamiento del tiempo pueden elevar el cine a niveles metafísicos. Este enfoque reflexivo y especulativo será una característica distintiva del cine futuro, que buscará una expresión integrada y rítmica.
En contraste, el cine norteamericano, con su énfasis en la rapidez y la acción, enfrenta el desafío de adaptarse a esta nueva era. Películas como «Juana de Arco» de Dreyer ofrecen un modelo para un cine introspectivo norteamericano que podría rivalizar con las tradiciones suecas y rusas. La clave para este desarrollo será la capacidad de crear un ritmo cinematográfico que combine progresión e intensidad, ofreciendo una experiencia más rica y completa para el espectador.
Finalmente, el cine del futuro también integrará la palabra como un elemento crucial de la narrativa. La palabra, tanto en su forma visual como sonora, contribuirá a una estructura cinematográfica más compleja y reflexiva. Esta integración permitirá al cine explorar nuevas dimensiones de expresión artística, combinando movimiento, duración y simbolismo en una forma de arte verdaderamente dinámica y sofisticada.
En conclusión, el cine está entrando en una nueva era de reflexión y simbolismo, donde la duración y la contemplación de la imagen serán fundamentales. Con una organización rítmica y una integración de la palabra, el cine del futuro promete ofrecer una experiencia estética más profunda y enriquecedora, elevando el arte cinematográfico a nuevas alturas de importancia filosófica y humana.