Los deberes del Crítico (Parte 1)

Uno de los primeros deberes del crítico es la discriminación. Sin embargo, las críticas lanzadas tan liberalmente de todos los lados contra la cinematografía se han distinguido muy poco por esta característica. Dos cosas que son completamente distintas han sido confundidas persistentemente por todos los críticos: la cinematografía como medio, y el teatro cinematográfico como lo conocemos en la actualidad. Que el segundo merezca todas las críticas realmente es algo tosco, grosero y totalmente feo puede admitirse fácilmente y sin reservas. Pero deducir de esto la imposibilidad de una cinematografía artística, demuestra falta de lógica y de imaginación. Es evidente, en primer lugar, que muchos de los inconvenientes de las obras de cine modernas no tienen relación alguna con la cinematografía como medio peculiar de expresión dramática. Tomemos, por ejemplo, el realismo vulgar de las películas, acerca del cual oímos tantas quejas. ¿Se trata de un rasgo peculiar del cine? Los estudiosos del teatro estarán de acuerdo en que un naturalismo tan vulgar como éste dominaba la escena mucho antes de que el cinematógrafo se convirtiera en competidor. El cine, simplemente, siguió el camino trillado, llevando a un absurdo lógico lo que el drama teatral, al no estar dotado de los infinitos recursos de su competidor, sólo pudo seguir hasta mitad del camino. Es innecesario detenerse en los muchos inconvenientes similares de la cinematografía. No nos preocupa tanto lo que actualmente es como lo que puede llegar a ser. El problema que realmente importa puede ser expuesto con las siguientes palabras: ¿Es el cine un medio capaz de una realización artística en los dos terrenos que forman el arte escénico: el campo dramático y el campo pictórico? La respuesta a esta pregunta necesariamente entraña la discusión de la incómoda cuestión del arte mecánico. Por mucho que me disguste entrar en esta controversia, no puedo evitarla del todo. Así, me inclino ante lo inevitable y trataré de zanjarla de la manera más breve posible.

Se alega frecuentemente que un mecanismo automático nunca puede lograr algo parecido a la perfección artística, y que, en consecuencia, no existe ningún futuro artístico para la cinematografía.

Es evidente que todo el argumento se sostiene o cae con la definición de «mecanismo». Pero esta definición nunca es formulada en algo parecido a términos exactos. Apenas merece señalarse que no existe un mecanismo absolutamente automático. Todos los mecanismos deben ser controlados por un poder humano en un momento u otro y, lo que es aún más importante, todos son productos de la inteligencia humana. Aquellas fuerzas que puedan participar en sus operaciones son unidas por la acción del pensamiento humano comprimido y arrollado como un resorte, su motor primordial en todo el proceso de su operación. De esa manera, el problema queda reducido a definir el grado de independencia del control y el poder inmediato humano que pueda poseer el mecanismo. Esto es tan indeterminado que podemos ver clases similares de acciones calificadas de mecánicas en un caso, y de sumamente individuales, en otro. ¿Quién pondrá en duda, por ejemplo, que la acción de un órgano tocado en un concierto es individual, y que la de una locomotora es mecánica? Sin embargo, no puede discutirse que la segunda exige tanta habilidad y control personal como el primero. El punto no es si esas operaciones son arte o no son arte, sino si son o no son mecánicas. Yo sostengo que no hay verdadera distinción entre una y otra, y que ambas pueden servir a fines artísticos si son debidamente utilizadas.

Otro ejemplo más de la confusión de ideas reinante sobre este sujeto: el gramófono está admitido como un artefacto mecánico, lo mismo que el teléfono; a pesar de ello nadie que escuche una ópera por teléfono dice jamás que la música que escucha es una producción mecánica. Sin embargo, la única diferencia que existe entre esta música y su registro en el gramófono es que el gramófono fija solamente una fase del proceso las vibraciones de la membrana del teléfono y permite que uno ponga la corriente de sonido a voluntad, mientras que el teléfono recibe y trasmite el sonido en un proceso continuo.

Esas dos ilustraciones no sólo muestran el vago empleo popular del término «mecánico», sino también los elementos que contribuyen a formar la significación de este término. Son tres: complejidad del mecanismo, el número de etapas intermedias y el tiempo trascurrido entre la aplicación de la fuerza humana y la aparición del efecto. Es solamente necesario librar la mente de prejuicios por un momento para poder ver que ni uno solo de esos elementos es en forma alguna incompatible con la obra artística. Y si en el momento presente los métodos mecánicos de producción bajo el sistema capitalista han servido para destruir cualquier sentimiento artístico que el productor pueda haber tenido, eso no milita en contra de los métodos mecánicos como tales, sino más bien contra la forma en que son usados en nuestra época.

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