El Final de ‘Amanecer’: Murnau y la Tragedia Redefinida

La tragedia en su forma más elevada también debe entrañar el «descubrimiento», según Aristóteles, «un cambio de lo desconocido a lo conocido, que sucede entre esos personajes cuya felicidad o infelicidad constituye la catástrofe del drama y termina en amistad o enemistad». En las tragedias griegas esto significaba el descubrimiento de lazos de sangre entre dos personas, una de las cuales o ambas desconocían la relación. En el drama moderno, es apropiado que la revelación sea de índole psicológica más que puramente física. De esa manera, el hombre de Amanecer descubre que su esposa, a quien ha pensado dar muerte, es realmente la mujer a quien ama. Este «descubrimiento» por el hombre de un hecho ya existente (que uno siente que es comprendido y plenamente aceptado por la mujer desde el principio de la historia) está bella y sutilmente dramatizado en las primeras secuencias de la ciudad, y culmina en la nueva consagración de ambos en la iglesia. Otro elemento primordial de la tragedia, tal como ha sido definida por Aristóteles, es la «revolución», a la que describe cómo «un cambio… al revés de lo que es esperado por las circunstancias de la acción». Esto es, ciertamente, lo que ocurre en Amanecer en la última parte de la película. Después de un día feliz en la ciudad, la joven pareja decide regresar a casa bajo la luz de la luna: «una segunda luna de miel». Todo marcha bien entre ellos, y uno espera que regresen felizmente y que la mujer de la ciudad sea rechazada. Así como en el viaje a través del lago hacia la ciudad tuvimos una sensación de peligro inminente, ahora, por las mismas circunstancias contrarias del viaje de vuelta, tenemos la seguridad de un regreso feliz y seguro. Pero sucede lo contrario de lo esperado. De esta manera, la culminación de la historia entraña una «revolución» en el sentido aristotélico.

Pero, inevitablemente, al evaluar a Amanecer en estos términos, llegamos a la cuestión crucial del desenlace feliz. Ahora, la idea moderna de la tragedia reside primordialmente en la cuestión de si el desenlace es feliz o no. Este factor no era tan importante a juicio de Aristóteles, que aplicaba el término «tragedia» a varias obras de gran seriedad que terminaban felizmente (por ejemplo, Filoctetes, de Sófocles). Pero al definir a cuál considera el argumento perfecto para una tragedia, Aristóteles especifica «que el cambio de fortuna no debe ser de adverso a próspero, sino al revés…» Y puede alegarse que si la esposa se hubiera ahogado, Amanecer, en su forma, habría sido una tragedia aristotélica casi perfecta. Tal final funesto habría, incluso, llenado el requerimiento de Aristóteles del designio implícito, porque el hombre al final se vio obligado a sufrir por casualidad lo que originalmente había pensado que ocurriría. Dado que el arte de esta película es tan grande y dado que se ha comprobado que Murnau terminó su cinta sin interferencias de ninguna especie, surge entonces la pregunta de por qué Murnau rechazó un final triste.

Antes de contestar la pregunta puede ser conveniente señalar que el relato breve en que se basa la película tenía un final trágico. Pero en esa historia el hombre se ahoga mientras sobrevive su esposa; él podría haberse salvado; pero en sus esfuerzos por salvar la vida de su mujer pierde la suya. Este final trágico parece ser completamente correcto para la historia tal como es concebida por Hermann Sudermann, porque en ella el hombre aparece mucho más villano que en la película. Asimis-mo en la historia corta, el hombre planea durante largo tiempo con la mujer (la sirvienta en la casa de la joven pareja campesina) y fria- mente proyecta el asesinato de su esposa. Sudermann hace que el hombre se redima al final muriendo en el acto de salvar la vida de su esposa, Con ese final el bien triunfa sobre el mal; la esposa buena sobrevive, la mujer malvada fracasa en su plan de asesinato y el hombre demuestra ser esencialmente bueno merced a su acto de sacrificio. Por lo tanto, Murnau tenía dos finales trágicos posibles para escoger. Por una parte, si se hubiese ahogado la esposa la película habría ofrecido la purga emocional que se halla en su forma más elevada en la tragedia aristotélica. Por otra parte, si Murnau hubiese seguido más de cerca la historia original, la película habría sido una tragedia en el sentido moderno de la palabra, llevando con ella una sensación de finalidad, de grandeza heroica, de exaltación.

En realidad, ninguno de esos dos finales habría ofrecido una conclusión convincente o satisfactoria para la película realizada por Murnau, porque la forma en que él desarrolló la historia hace que el final que eligió sea el único posible para esa película. Murnau rechazó esos dos finales trágicos porque cualquiera de ellos habría negado el espíritu básico y el tema de la película, y destruido la notable unidad de su trabajo. Porque Murnau no quería que nos sintiéramos purgados de toda emoción (en el sentido aristotélico) o exaltados (a la manera de la tragedia más moderna). Quería, sobre todas las cosas, que su película tomada en su totalidad nos hiciera sentir la maravilla de las relaciones humanas: las motivaciones complejas que gobiernan las vidas de los seres humanos (incluso las vidas de un simple campesino y su esposa), los tonos así como las tranquilas profundidades de comprensión que existen entre un hombre y una mujer que se aman, los sutiles cambios de estado de ánimo que colorean los días de nuestra existencia. Porque el tema de la película es que lo importante no son los acontecimientos mismos, sino su significado para los seres humanos y el uso que de ellos hacemos. Este tema es inherente en el desarrollo del argumento que el escritor Carl Mayer y el director Murnau confeccionaron juntos, y explica las técnicas cinematográficas poco usuales que Murnau empleó para relatar su historia, técnicas que, como ya hemos mostrado, hicieron posible que insistiera primordialmente en el significado de los aconte- cimientos para sus principales personajes. Este tema está corroborado por el final de la película. Murnau nos muestra cómo el enredo del hombre con la mujer de la ciudad, e, incluso su tentativa de llevar a cabo el plan de asesinato, hacen que el hombre y su esposa se den nueva- mente cuenta de su mutuo amor, enriqueciendo así sus vidas. Y lo que resulta significativo es el atado de juncos (símbolo de la infide- lidad del hombre y del plan de asesinato) lo que el hombre usa para sal-var a su esposa. Por eso, al final los juncos se convierten en el medio mismo por el cual esas dos personas pueden continuar juntas la existencia. De esa forma, en Amanecer Murnau nos dice que el bien y el mal son, ambos, parte de la vida; que nuestros errores y nuestros sufrimientos no deben ser necesariamente nuestra ruina, pero que lo importante es lo que esos acontecimientos significan para nosotros y lo que hacemos con ellos, porque en verdad pueden ser el medio por el cual nuestro mañana resulte mejor. La vida sigue su curso, nos dice Murnau, y, amarga o dulce, es esencialmente buena, porque siempre existe la promesa de un amanecer y un nuevo día.

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