ERICH VON STROHEIM (parte 2)

Hizo Codicia (de McTeague, de Frank Norris), en la que vertió su alma. Con absoluto desprecio por la boletería, hizo una película que era la negación de todo aquello sobre lo cual se había levantado la industria cinematográfica en Estados Unidos. No sólo despreció a la boletería, sino que hasta la escupió. Por primera vez, la pantalla diría la verdad, aunque hacerlo fuese la muerte de Stroheim (lo que realmente sucedió: la mutilación de Codicia extinguió la chispa que ardía en el artista, dejando a un hombre quebrantado y amargado). Codicia era la apoteosis de lo feo y lo sórdido en los seres humanos. La película empezaba con una cuarteta:

«Oro, oro, oro…

Fundido, amarillo, duro y laminado,

Difícil de lograr y de tener guardado

Oro, oro, oro…»

Desde ese título inicial hasta la última «toma» en el desierto del Valle de la Muerte, con el azorado McTeague esposado al cuerpo de Marcus muerto, volviéndose loco de sed y a unos pocos metros de una bolsa de monedas de oro derramadas fútilmente en la arena quemada por el sol, Stroheim relataba una historia de codicia que llegó tan profundamente al corazón de todos los que la vieron, que muchos odiaron la película (en Berlín la silbaron hasta sacarla de la pantalla) y fue el mayor fracaso de boletería de la época.Estaba dedicada «A mi madre».

La fotografía misma apestaba a la sordidez que trataba de pintar. Pero Codicia fue una película hermosa, con la hermosura de la verdad. La falsa moralidad patrocinada por Hollywood no quiso dejar a

Stroheim su obra maestra. La cortaron. De setenta rollos había sido reducida, a regañadientes, a cuarenta por su creador; más allá de eso, Stroheim no quiso cortarla. Llamaron entonces a un mercenario, quien la redujo a los diez reglamentarios. Sus elementos de grandeza eran sólo parcialmente discernibles en la versión dada al público. Episodios enteros, en los que había trabajado durante semanas y meses, fueron cortados y barridos en el laboratorio de corte. Stroheim la repudió, así como debía posteriormente repudiar la versión acaramelada de su comedia mordaz. La viuda alegre, en la que trató de describir la decadencia de la vieja familia real en Viena. Los que vieron la versión original de La viuda alegre de Stroheim dijeron que era una obra sutil y sardónica. La versión mostrada al público fue apenas mejor que las habituales operetas seudo balcánicas, pero tenía infinitamente más ironía fina que la versión de Lubitsch, que fue tan americanizada que perdió todo el encanto y el misterio del original.

En La marcha nupcial y su continuación, El casamiento del príncipe, Stroheim trató de convertirse en el Goya del cine. Nigromante del espíritu, liberó los instintos que había reprimido durante tanto tiempo..

Fueron esos instintos los que nos dieron aquellos candelabros retorcidos, torturados (que Sternberg imitaría más tarde para La emperatriz escarlata) cuyas llamas translúcidas eran agitadas por el viento; esas luces de pesadilla detrás de las cuales surgía un crucifijo de ébano; los rostros curtidos de los soldados; los rostros rientes, horribles, gesticulantes; las comidas exóticas, visiones caóticas mezcladas con orgías y cementerios… la violación en la carnicería con la sangre espesa corriendo por todas partes y una muchachita pálida luchando en el piso de piedra… y otra muchacha, la patética pequeña paralítica con un traje de novia, con el horror pintado en sus ojos, postrándose en las piedras en una capilla desierta ante la Madona.

Entonces, Estados Unidos se enfureció.

Declaró loco a Stroheim.

No se puede desafiar con impunidad a una nación joven y sana; su gente no está interesada en mundos lujuriosos y dementes.

La marcha nupcial, cortada nuevamente por manos extrañas y nuevamente repudiada por su creador, fue exhibida sin la ayuda de su continuación, que llevaba a la historia a su conclusión lógica. Paramount había concluido con Stroheim, lo mismo que MGM, Universal y Pat Powers (que había financiado La marcha nupcial). Nadie quería saber nada de un director que no podía disciplinarse para relatar una historia cinematográfica como lo hacían todos los demás, en los ocho o diez rollos reglamentarios, y en forma tal que no requiriese los cortes a granel de la censura que habían caracterizado a todas las películas de Stroheim hasta entonces.

Pero la personalidad absorbente del hombre no se había dejado aplastar aún. Convenció a Joseph P. Kennedy, el financista de Wall Street, para que le prestara apoyo monetario para una historia original, Queen Kelly, cuya acción debía desarrollarse en Africa y Berlín. La estrella debía ser Gloria Swanson. Después de según se dijo haberse gastado 850.000 dólares en ella y cuando habían transcurrido tres meses y Stroheim recién empezaba, la Swanson protestó por el personaje que estaba interpretando (la madama de un burdel) y se marchó borras- solamente.

Esto fue el fin de Von Stroheim. A ello siguió la vertiginosa declinación del ídolo. Se le reprochó su megalomanía, su arrogancia, sus derroches caprichosos, ocasionados principalmente por una insistencia casi fanática en el realismo y la fidelidad del detalle. Los productores estaban resentidos por su conducta insolente y el eterno monóculo fijo en su ojo. Solo, sin tener siquiera un sirviente, vivió en treinta habitaciones inmensas y frías, de las que los acreedores habían retirado muebles, alfombras, esculturas y libros. Buscó refugio en un hotel y empezó a beber. Para poder vivir, aceptó bocadillos en películas absurdas. Uno se sentía avergonzado y se revolvía en el asiento mientras veía a Stroheim, arruinado y derrotado, haciendo el papel de un actor barato en una película tan ridícula y vulgar como El Gran Gabbo, dirigida por un hombre que no tenía la décima parte del talento de Stroheim.

Un resorte se había quebrado y no se recuperó. Su propio hijo, un joven de 18 años, lo demandó por no pagar la pensión a su mujer. En una audiencia ante el juez, Stroheim confesó que toda su fortuna consistía en sólo ocho dólares.

Estados Unidos vuelve la espalda a aquellos que se atreven a asustarlos…

Pero aquí está de nuevo. ¡Vuelve! ¿Para decir qué? ¿Para hacer qué?

Dicen que filmará su novela Paprika. Paprika es a propósito escandalosa, exagerada, fuertemente erótica; el slang mezclado con germanismos se vuelve tosco; pero, ocasionalmente, de sus profundidades brota un grito, estallando como un rayo. un destello detrás del cual vemos al viejo Stroheim. ¿Tendrá éxito? Podemos ponerlo en duda o no. El mundo de 1936 es un mundo diferente del que vio el nacimiento y desarrollo del arte inspirado de Stroheim.Ya no busca la muerte. Lo que ahora busca es la vida.

Pero ese fantasma que vuelve a estar entre nosotros, vestido con una vieja bata de casimir llena de quemaduras de cigarrillos; ese fantasma que vuelve con su aire hastiado y cansino llevando aún su monóculo, ¿no es acaso una figura más conmovedora, más vital que la de esos hombres dichosos ante los cuales la senda de la vida pasa recta y clara?

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